Anciano
La crisis de valores se ha instalado prácticamente en todos los pueblos y particularmente en el mundo occidental. El Hombre cada vez se encuentra más solo, enfrentado a su entorno. La indiferencia ante los problemas de los demás está cada vez más arraigada en nuestra conciencia. Estamos echando en falta un modelo, lo suficientemente flexible y pluralista, que armonice nuestras necesidades con los demás.
Para saber si la masonería puede, aún hoy, ser una asociación necesaria, se precisa, aunque somera, una enumeración de los problemas, no resueltos, que tenemos planteados en los comienzos de este milenio.
Ante esta actitud de soledad y desorientación ante la vida, es necesario un desarrollo y una intensificación de la ética masónica, basada en el respeto al individuo, la solidaridad, la tolerancia y la fraternidad. Es preciso recrear un humanismo del respeto, de la autenticidad, de la responsabilidad compartida, del amor al trabajo, de la capacidad creadora, que libere la extraordinaria potencialidad que los hombres y las mujeres llevamos dentro de nosotros mismos, para que nos pongamos a laborar por un mundo mejor. La nueva ética que necesita, existe, en parte, en la masonería, en ese profundo respeto del ser humano, tomado como individuo y en sociedad
la solución a los múltiples problemas que sufre nuestra sociedad (como son, entre otros, el paro, la hipocresía social, la indiferencia ante el dolor ajeno y un largo etc.), se puede encontrar, en parte, en el espíritu masónico, que consiste especialmente en poner a trabajar nuestra mente, nuestra voluntad y nuestra afectividad en función de la sociedad.
Valores perennes
Para que la mente individual y colectiva desarrolle toda su potencialidad es necesario que esté liberada de todo dogmatismo, de toda alienación, es decir, de todo aquello que le induzca a la pereza intelectual y física.
El Hombre de hoy no encuentra, en general, satisfacción a sus necesidades de búsqueda de la verdad y fraternidad en la mayoría de las instituciones que controlan actualmente la sociedad y las conciencias. Los intereses de grupo, la oportunidad conyugal, las verdades y disciplinas impuestas por el núcleo dirigente, los cuerpos doctrinales inamovibles (que impiden ese desarrollo armonioso y creativo de la mente humana) conducen, con frecuencia, al bloqueo de las conciencias e impiden la capacidad de enfrentarnos con nuestras propias angustias y con los múltiples males que nos afligen.
Por su parte, la ética masónica favorece el gusto por la investigación, el deseo de búsqueda de soluciones, el pensamiento crítico poniendo un freno así al dogmatismo y a la intolerancia.
Los múltiples valores masónicos, aún vigentes y necesarios en nuestra sociedad, se encuentran presentes en nuestra filosofía, cuando anunciamos, al unísono, el triple grito de libertad, igualdad y fraternidad.
Con estos tres vocablos estamos indicando que nos pronunciamos solemnemente por la libertad de conciencia; por la elección o no elección de una determinada filosofía o religión; por el respeto a la originalidad individual y colectiva, siempre que no dañe la convivencia y la libertad del otro; por la igualdad de oportunidades; por la libertad creativa.
Tolerancia y masonería
El comportamiento tolerante es un claro signo de madurez y de paz interna. Es, generalmente, intolerante el que tiene miedo, el que se siente inseguro, el que piensa que su verdad es la única existente. La tolerancia masónica es fruto de la confrontación tranquila con la verdad del otro.
No confundimos tolerancia con apatía, con dejar de hacer, con indiferencia, con resignación. La práctica de la tolerancia exige de nosotros lucidez, coraje, ecuanimidad, para apartar toda manifestación de fanatismo y de imposición, ya que todos los Hombres tenemos el mismo origen y el mismo destino entre un punto de partida y un punto de llegada.
Y así tenemos que ser como el fuego que está siempre ardiendo. Que sea muy difícil apagarlo. Incluso en los peores momentos queda el rescoldo latente bajo las cenizas. Ahí se inicia el volver a empezar. Es bueno hacerlo como el Ave Fénix. Así iniciamos un vuelo superior, que no emprenden los que parece que vencen, sino los que saben levantarse, aprendiendo cada lección de la vida en el día a día en el que nos abrazamos con el mundo. Rectificando, cueste lo que cueste, y recordando que siempre hay viento para el que sabe dónde va. Nosotros lo conseguiremos porque navegamos por el mismo océano de la vida.